Li.la Capítulo 4
La segunda explosión casi toma a Li.la con todas su oraciones por decir – si hubieran dioses a los que orar en esta época.
¡Escaleras, rápido!
Sin pensarlo, Li.la se lanza por el vacío de la caja-escala, para caer unos 3 metros más abajo, donde la onda expansiva de la detonación había destruído parte de la única vía posible de escape desde el octavo piso. Ella, cayendo en el rellano del séptimo piso puede visualizar que si baja corriendo hasta el nivel calle por las escaleras se presenta como la única vía que puede usar para intentar huir. Lástima que todos tengan la misma idea. Sería más fácil en otras condiciones, amén de estar semidesnuda, descalza y muy, pero que muy dopada. Li.la funciona básicamente en piloto automático, como lo hace su moto cuando ella no tiene ganas de conducirla.
La tercera explosión la pilló en el sexto piso, bajando a toda prisa, llevándose por delante doctores, enfermeras, enfermos y familiares que buscaban desesperadamente huir de ese horror que, sin preguntarle a nadie, se les había echado encima.
Dos oficiales de policía y un guardia de seguridad del Hospital, (básicamente, la fuerza armada disponible y consciente en ese momento para enfrentar algo de lo que no habían precedentes en La Ciudad desde épocas de El Gran Acuerdo), subieron de dubitativos y obligados por la curiosidad y el miedo por las mismas escaleras por las que bajaban cientos de supervivientes de las primeras explosiones. Marcelo, el más alto de ellos, con una leve cojera de una pierna producto de una caída de otras escaleras – las de su casa,- prestó notable atención en Li.La. Marcelo es el funcionario que recibió a Li.la anoche en urgencias y le sorprendía siquiera que estuviera viva con el tiempo que había transcurrido desde que la halló en el suelo a pocos metros del ingreso de Urgencias del Hospital. Y más le extrañaba que bajara las escaleras a esa velocidad empujando y lanzando al vacío tanto doctores como pacientes con una democracia igualitaria que daba miedo.
¡Señorita!
¡Apártate! – Bramó Li.la
Y con el mismo arrojo, Marcelo fue rebotado de un codazo, con la mala suerte que su rodilla izquierda, la resentida por la anterior caída, le fallara justamente en el momento que más la necesitaba, sólo para verse caer por la caja escala preguntándose por qué diablos su ética profesional hizo ingresar a Li.La la noche anterior a Urgencias, ofreciéndose él como aval para que la pudieran atender. Muere instantáneamente 8 segundos después.
Ya en el primer piso y todavía sumida en el mismo caos interior y exterior, Li.la logra dar con la calle para correr en dirección nor-oeste… o este … o realmente, lo que le dijera aquella voz que le sugiere qué hacer en los momentos de duda y que ya estaba empezando a acostumbrarse a oír dentro de su cabeza cuando las cosas se ponían magras.
¡No! ¡Dobla a la izquierda y sube por esa calle!
Li.la logra salir del perímetro del hospital. Si después de despertar no dudaba de esa vocecita a pesar de lo raro que es tener una voz en la cabeza que sólo te da ordenes, ahora, en medio de la calle, en esas condiciones, no veía por qué no seguir haciéndole caso, por lo que Li.la cambió rumbo y empezó a subir por la acera de su izquierda, sólo para darse de bruces con algo que le pareció tan duro como aquella vez que aprendiendo a conducir su moto, se cayó a 60 kms/hr.
Pero ahí no había nadie.
¡Fuster Collins! ¡Estamos perdidos!
¿Quién?
¡Es del Gremio! Si lo han enviado es porque realmente van en serio.
¿Gremio? ¿El de pizzeros? ¿Qué es lo que está pasando aquí?
Fuster Collins, quien se guardaba como plan B, no respondía la clásica metáfora de “Cuánto más grande más tonto” o “Cuánto más grande, de más alto caen” etc… No. Fuster Collins, bajo esa gabardina café claro y esa pamela residían varios cientos de kilogramos de fuerza. Y no de la bruta, sino de la que se sabe inteligente y de los cuatro hermanos Collins, era el que más números había aportado a la causa familiar: 645 destrozados cuerpos, para ser más exactos.
De la nada, Li.la siente un torniquete en la garganta la levanta del suelo y la deja como si flotara en el aire. Sin aire en sus pulmones e indefensa no puede más que patalear sin suerte. En unos segundos, el aire se acaba y las ganas de seguir peleando por su vida también.
¡Li.la!
¡UGGGHKKK!
¡Li.la, escucha! ¡No sigas peleando, terminará por matarnos! Necesito que te concentres. No te voy a dejar sola.
La voz dentro de la cabeza de Li.la tiene unas formas muy extrañas para cambiar de tema en el momento menos pensado, pero Li.la quien está sintiéndose en sopor, cae en un estado de trance.
Concéntrate en todo el dolor que sientes y trata de imaginarlo en un solo punto físico de negrura, ¿lo puedes hacer?
GGGG-KKK---! – es todo lo que puede pronunciar Li.la en estos momentos.
Cuando estés lista, por favor, hazme una señal mental.
GKkkk…
Yo me encargo.
Como de la nada, el cuerpo inerte de Li.la empieza a generar una especie de reacción eléctrica, logrando que Fuster, que por mucha fuerza y tamaño tenga, no sea a prueba de descargas de alto poder y claro, el voltaje lo deja aturdido. Li.la cae al suelo y a trompicones recupera el aire y la capacidad de contar que todos sus miembros siguen moviéndose. Aturdida, torpemente, trata de tantear en el aire la sorprendente masa que ocupa Fuster en el espacio vacío que tiene delante de ella, así Li.la lo puede sortear y salir por patas con destino incierto.
Y Li.la corre.
A estas alturas de la carrera, Li.la es una inestable masa de rabia. A contar: Ha sido noqueada por un cliente con dudoso gusto en pizzas, enviada al hospital, atacada por abejas, sobrevivido a dos o tres explosiones de una ¿nave espacial? que flota en el aire, casi estrangulada por una figura invisible y electrocutada sin que nadie tenga la gentileza de decirle qué está pasando. Ahora se ve corriendo en paños menores por una calle y no puede creerse que todo eso no haya sucedido en menos de 20 minutos. Pero lo que más la tiene enrabiada es la vocecita molesta en su cabeza.
Se pregunta si finalmente se ha vuelto loca. Pero no deja de correr.
¿QUÉ ESTÁ PASANDO?
Ve a la pizzería, Li.la
¡Y una mierda! No hasta que me digas qué haces…. No, qué es lo que…?
Li.la, te digo que sigas corriendo.
Desobedeciendo, Li.la se detiene.
¡No hasta que me digas lo que está pasando! ¿Quién eres? ¿Qué me está pasando? ¿por qué me hablas en mi cabeza? Me he vuelto loca... ¿verdad?
¡De acuerdo! Estás metida en algo que desconoces y hasta que no pongamos MUCHA distancia entre tú y Fuster Collins, no estarás segura. Si él está noqueado, sus tres hermanos no estarán dispuestos a dejarte en paz.
¿Fuster Collins? ¿Quién?, ¿Esa cosa... invisible que casi me mata? ¿Y cómo has llegado a mi cabeza? ¡No entiendo nada!
Sigue corriendo y te contaré. Espero que te guste hacer ejercicio porque no vas a parar en un buen rato. Necesitaré que estés lo más preparada posible…
¿Quién eres?
Por favor, no te detengas. Iré descargándote la información pero...
Necesito sentir algo de certeza. Dime tu nombre, al menos.
Me llamo Sikke, pero por favor...
…ok. Sí, que no pare de correr. Tan solo indícame a dónde quieres que vaya.
Y así, Sikke y Li.la, de esta forma tan poco ortodoxa se conocieron. Suena a inicio de película romántica, pero, créame, querido lector, que esto no tiene nada de romántico.
Continúa en el capítulo 5