Li.la Capítulo 2

El negro pasa a un gris crackelado y luego a un ocre arenoso. Son los ojos de Li.La dando la bienvenida con los brazos abiertos a la confusión más absoluta. Los colores no tienen forma, pero sí puede darle peso. Si el negro era liviano, el ocre pesa una tonelada. Y sólo tiene sus párpados para realizar el titánico esfuerzo de levantarlos para preguntarse dónde diablos se encuentra. A medida que se reconoce viva – un alivio, porque no tiene con quién dejar su moto -, a Li.La le empiezan a inundar breves flashazos de imágenes de una película que vio anoche. En ella, la protagonista está siendo acosada por un villano… euh… no…

  • Li.la, despierta.

Del ocre arenoso pesado pasamos a un blanco nuboso. De alguna milagrosa forma los músculos de los párpados responden lenta, pero concisamente al hercúleo sometimiento y con ello, el peso del ocre pasa a otro nuevo nivel, el de las preciadas formas que hacen que los colores pasen a tener volumen y textura. La forma es una gran pieza cúbica. Los vértices no son claros, pero sí reconoce la profundidad dada por el volumen y la textura esponjosa.

¡Olor! ¡Los colores ahora tienen olor!

El nuevo color, violeta pastel, - lamentablemente el color que más odia Li.La -, es un paso adelante. Es bueno reconocer olores, pero es preocupante que sea uno, o dos, o…, Li.La huele, pero no percibe lo que es, aunque sí identifica algunos aromas. Penetrantes y artificiales. Incluso escuece un poco, pero no es malo. Es un olor necesario para transicionar al siguiente color. Los aromas sugieren algo limpio. Desinfectante. Li.la huele a desinfectante. Y ahora que reconoce un elemento del mundo real en este no deseado viaje cromático, Li.La siente estar en una competencia de pistas a descifrar. Y con el código descrifrado del olor, Li.La da la bienvenida a un nuevo color.

  • ¡Li.la, despierta, ya!

El violeta pastel aromático pasa a ser azul perlado opresivo. Y como premio por la transición a este nuevo color, Li.La siente que además de peso, forma y olor, los colores tienen sonido. Repetitivo y mecánico. Uno. Dos. Uno. Dos. Sí, son dos, uno que tintinea como su casco, pero solitario, regular, como cada 10 segundos y otro que es como una exhalación de aire. No obstante, Li.La se siente desnuda, desprotegida, desamparada y sobretodo, vigilada.

El negro pesado indica que Li.la está viva. El blanco nuboso, que está en un espacio definido. El violeta, que está en un espacio limpio y el maldito color azul le dice que está siendo monitoreada.

  • “Estoy en un hospital” – piensa Li.la. Y con ello, Li.La despierta de un grito.

Y sí, Li.la se encuentra en un hospital.

  • ¡CORRE! ¡SAL DE AHÍ!

Li.la reacciona con pánico. Mecánicamente salta de la cama y en su camisón de hospital rosado pálido, tan poco decoroso, se pone a correr arrastrando todo lo que tiene conectado a su cuerpo.

Dos auxiliares de enfermería evitan que salga de la habitación aunque ella hace todo lo que puede por huir.

  • ¡Ya vienen, sal de ahí!

  • ¿Q-quiénes? – pregunta Li.La en un estado de confusión completa.

  • ¡Lo que más temes en el mundo!

Una enjambre de abejas entra por la ventana de la habitación del hospital traspasando la ventana como si de una promesa vacía se tratara. Li.La estalla en pánico. No sabe si se lo ha dicho alguna vez a alguien, pero Li.La sufre de alergia grave a la picadura de abeja. Una es molesta, dos es dañina, muchas tienen un efecto mortal. El miedo agarra a Li.La con la fuerza de un padre castigador y la paraliza.

  • ¡CORRE!

El enjambre forma una hermosa figura puntillista de color amarillo y negro que serpentea en dirección a Li.La. Un acto reflejo permite a Li.La arrancase todas las vías de alimentación, suero, medicamentos y controles de signos vitales mientras que con el perchero metálico que sostiene todos esos líquidos deja fuera de combate a los dos enfermeros. Una puerta. Eso es todo lo que necesita. Una puerta que se cierre entre ella y las abejas. Y luego de eso se preguntará quién diablos le está diciendo que corra.

El pasillo es largo, rodeado de habitaciones bullentes de enfermos, doctores que hacen ronda y una mancha rosada semidesnuda a la que le han gritado que corra por su vida. Al llegar al rellano que la conecta con la promesa de libertad que un ordinario ascensor ofrece, oye una sugerencia:

  • ¡AGÁCHATE!

Donde estuvo el ascensor y las máquinas de bebidas y algunos familiares de pacientes, ya no hay nada. Una explosión de luz blanca ha dado por terminada todas las visitas a distintos pisos del hospital, todas las mantenciones y monedas tragadas y todos las visitas familiares sine die.


Li.La mira hacia donde se produjo la explosión y en el lugar de una ventana tintada, ahora hay un enorme agujero y escombros. Y desde el piso en el que se encuentra, más o menos un octavo, ve a una cierta cercanía, suspendido en el aire, algo que sólo se podría describir... – claro, si hubieran más personas que leyeran libros en este nuevo mundo tras la Gran Despreocupación- como un destructor espacial a punto de decir un explosivo “hola” de nuevo a Li.la y al resto del hospital.

Continúa en el capítulo 3

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